sábado, 27 de marzo de 2010

La tercera

¡Qué ingenua fui yo para dejarme caer en su trampa!
Él y su mujer me convirtieron en su juguete y lo peor es que me gustó demasiado...

¡Cómo podía imaginarme lo que él era capaz de hacer! Si lo hubiera sabido, no tengo dudas de que me hubiera apartado de él a tiempo, pero ahora es demasiado tarde. ¡Qué ingenua fui yo para caer en su trampa! Y lo peor es que me gusta aunque sé que no debería gustarme... Él ha sido mi perdición y hace un par de semanas apenas le conocía por ser un compañero de trabajo.

Él es un hombre atractivo y algo mayor que yo, tendrá unos treinta y tantos y yo tengo veintidós. Alto, moreno y con buena constitución, no es un hombre que deje indiferente a una mujer. Me gustaba pero no esperaba que ocurriese nada. Yo estaba allí para adquirir algo de práctica profesional y todo eso.

A su mujer apenas la había conocido un par de semanas antes. Fue a la hora de salir, cuando vino a buscarle a la oficina. Ella es una mujer atractiva también. La saludé simplemente y no había vuelto a verla hasta que ocurrió lo que voy a contarles. Pensé que era una mujer afortunada y no pensé más en ella.

Y hace tres semanas ocurrió. Estaba sola, ordenando unas carpetas, y él me abordó de buenas a primeras:

-Oye, queda media hora y, digo yo, si no te gustaría tomar algo al terminar…

No me esperaba la invitación pero la acepté encantada. No fue nada especial pero hubo más veces. Era algo inocente salir después del trabajo a hablar y eso, pero la forma con que él me miraba… Seré joven, pero tampoco soy una chiquilla que no se dé cuenta de estas cosas. Adivinaba que él buscaba algo y me excitaba muchísimo la idea de liarme con un hombre casado, mayor que yo y muy atractivo.

Lo que no podía saber es que estaba perdida porque estaba a punto de caer en la trampa que él había preparado; y no estaba solo...

***

No me dejó dar el primer paso, fue él el que me propuso algo más serio. Quedamos el viernes, a partir de las nueve. Acepté como si fuera algo normal, pero los dos sabíamos que era mucho más que un encuentro entre amigos. Aunque si yo hubiera intuido lo que iba a ocurrir…

Por supuesto que acudí, prometiéndome sexo, pero desde el principio nada ocurrió como tenía que ocurrir, nada fue normal. Esa noche todo se sucedería tan inesperadamente que yo no podría imaginar lo que iba a pasar dentro de cinco minutos.

La primera sorpresa fue que él no vino solo sino acompañado, nada menos que de su mujer. Me quedé cortadísima y me costó de veras no perder la compostura y saludarles.

-Hola, ¿cómo estás? Mi marido me ha hablado mucho de ti.

-Encantado de volver a verla.

Pero por dentro me estaba tragando toda mi rabia. ¿Qué broma era ésta de invitarme a una cena familiar? ¿Para esto tanta insinuación? Pensé que se había burlado de mí. Fuimos a tomar algo y en cuanto quedamos solos por un momento, se lo dije muy claramente.

-Creía que estaríamos solos.

-¿Te importa que nos acompañe?

-Claro, dijiste que sería algo íntimo.

-Y lo será, así que no pongas esa cara.

Me sentía furiosa pero no me atreví a dejarles. A pesar de que yo no estuviera nada satisfecha y ellos parecieran pasarlo bien con la situación, como si incluso les divirtiese mi enfado.

-Anímate -me dijo él en voz baja-. Esta noche lo pasarás muy bien. Mejor: lo pasaremos muy bien los tres, ya verás.

No respondí. Esperaba con ganas el momento de irme y dejarles solos.

-Ya se ha hecho un poco tarde. ¿Por qué no seguimos en casa?

No había estado en su casa y me hubiera muerto de ganas por acompañarle en otro momento, nosotros dos solos. Ahora no me apetecía nada ir allí en familia. Pero acabé cediendo.

Ya en su casa, me preguntaron sobre los estudios, sobre lo que quería hacer en el futuro. Les respondía como podía, porque lo que de verdad me apetecía era largarme de allí. Ellos parecían muy contentos, pero yo apenas podía contenerme.

-Vamos, pareces tenso. Relájate –me pidió él.

Y se levantó de la mesa para besarme. Totalmente perpleja, rígida me quedé yo cuando él me metió la lengua entre los labios delante de su mujer. No podía creerme lo que estaba haciendo. Intenté apartarle de mí, pero ella parecía muy divertida viéndonos.

Comprendí de golpe lo que pretendían y la verdad es que me sentí excitada. Nunca había participado en un trío y me asustaba un poco pero también me excitaba. Mejor sería decir que creí comprender lo que querían, porque yo no tenía ni idea de lo que me esperaba en manos de esos dos.

-¿Y ahora vamos al dormitorio? -preguntó él.

Claro que fuimos.

***

Me sentía muy tensa y ellos parecían mucho más tranquilos.

-Vamos, relájate, aprende de mi marido.

Y se abrazaron y besaron delante de mí, metiéndose bien la lengua. Él me besó después y me abrazó. Me besaba mientras ella le agarraba desde atrás. ¿Cómo podía ser tan viciosa? Me sentí irritada pero al mismo tiempo increíblemente excitada.

Sin decir una palabra, empezamos a desvestirnos los tres, aunque yo con cierta dificultad. Sólo se oía el frufrú de la ropa que iba a parar al suelo y el sonido de nuestras respiraciones. Me quité la minifalda.

-¡Eh, deja de mirarme y desnúdate!

Por fin me decidí a quitarme las bragas y estaba tan excitada como nerviosa, porque todavía no podía creerme que allí estuviéramos los tres completamente desnudos y de pie, mirándonos. Él estaba entre nosotras dos y aunque evitaba mirarle a ella, noté que ya no tenía sujetador: las tetas eran firmes, preciosas…

No podía aguantar más: le abracé y le atraje contra mí y él metió su lengua dentro de mi boca. Me sentía eufórica y apenas había acabado de empezar la noche. Le puse las manos en el culo y noté las manos de ella abrazándole. Nos repartimos su cuerpo como pudimos y él se besaba con la una y con la otra.

-Tenéis mucho que hacer esta noche las dos para dejarme contento.

Él me lamió el cuello y yo me quedé quieta mientras su boca resbalaba por mis pechos hasta llegar a la cintura. Se arrodilló y besó mi sexo. Empezó a jugar con mi clítoris con la lengua. Con gusto hubiera llegado al orgasmo en su boca pero lo dejó a tiempo para hacerle el cunilingus a su mujercita.

No podía creerme que ésta fuera tan zorra. Acabó sacando su marido la lengua también de su coño y entonces, agarrándonos suavemente, empezó a restregarse nuestras coños por la cara. Nunca había imaginado algo tan vicioso como su lengua y sus dedos surcando y jugando con nuestros coños al mismo tiempo y no era una fantasía, por muy increíble que fuese. Ella disfrutaba como yo y no dejé de notar cómo se le marcaban los pechos, cómo se movían igual que los míos.

Pero él quiso ir más allá, siempre quería ir más allá, y nos abrazó para juntarnos hasta que nuestros pechos se chocaron… Me sobresalté notando los pezones de ella sobre los míos y me eché atrás.

-¡Vamos, sólo era una broma! -dijo ella después, riéndose. Él me besó entonces como antes. Otra vez noté su lengua enroscándose en la mía pero ahora entró una tercera lengua en juego.

Me aparté, asqueada, pero ella me cogió por los hombros y se puso frente a mí.

-No soy una lesbiana -solté yo, sin saber qué pensar de lo que estaba ocurriendo.

-Yo tampoco: me encanta follar con mi marido. Pero también hay que abrirse a todo… Él me dijo que eras una chica abierta para un matrimonio abierto como el nuestro. También me dijo que eras muy atractiva y es verdad.

Mi cuerpo se tensaba hasta lo indecible con el solo tacto de sus manos. Quise apartarla de mí pero sólo conseguí que mis manos quedaran puestas en su cintura y luego no pude despegarlas de allí. Bajé los ojos y vi sus tetas, firmes y tan cerca de las mías… Cerré los ojos y me sofoqué cuando sus manos recorrieron mi espalda.

-Tienes unas tetas preciosas, ¿sabes? Y eres tan joven… Todavía no sabes lo que es gozar de verdad.

Mientras decía esto, me sobaba los pechos con las manos. Yo quería apartarme de ella pero me atraía con fuerza.

-Abre los ojos.

Los abrí. A nuestro lado estaba él, con una sonrisa de oreja a oreja y completamente excitado mirándonos. Pero vi la mirada de deseo de ella y apenas pude reaccionar cuando me cogió a cara con las manos y la llevó hasta la suya para meterme la lengua en la boca. No podía hacer nada y me metió la lengua por todos los rincones. Allá abajo, mis pezones se frotaron contra los suyos…

Unos segundos bastaron para hacer que casi me volviera loca. Luego se apartó de mí, bruscamente, sabiendo que había conseguido confundirme.

Todo había sido muy rápido y él se sentó sobre su cama para que ella se la chupara de rodillas, como si no hubiera pasado nada. Se sonreía, poderoso, sabiendo que allí nos tenía a las dos para servirle.

Vi la cabeza de ella subiendo y bajando sobre su polla y me pareció todavía más enorme. Se la había engullido hasta la mitad y sobresalía tan gruesa de su boca… Ella me miró, sin dejar de chupar, con sus ansiosos ojos negros, porque yo no podía dejar de observar cómo se la estaba comiendo. Luego se la sacó y vi el capullo brillante y enorme. Me sonrió un momento apenas antes de darle lametones de forma exagerada, provocándome, arrastrando la lengua muy despacio para que no perdiese detalle.

-¡Menuda cara tienes! -soltó antes de seguir, y se rieron los dos. Desde luego me imagino mi cara, completamente boquiabierta. Siguió chupándosela, todavía con más exageración, como si no hubiese comido nada más sabroso en su vida.

Se detuvo y, en el tono más sugerente que se pueda imaginar, me hizo la terrible pregunta que estaba haciéndome yo.

-¿Quieres probarlo?

Era un desafío pero no respondí. No tenía sentido responder. Oí los latidos de mi corazón.

-Sé que te estás muriendo de ganas por ocupar mi puesto…

-Vamos, chupámela –me dijo él, poniendo una mano sobre mi hombro-. Me encantaría que lo hicieses y te encantará a ti. -Y me besó.

Nada de aquello podía estar ocurriendo. ¿Qué hacía yo desnuda y de rodillas con la cabeza entre las piernas de un hombre, que estaba también desnudo, y con una polla delante de mi cara?

Era absurdo pero real. No podía encontrar ningún sentido porque era tan simple como que yo era un juguete para ellos dos y que podían hacer lo que quisieran conmigo. Cerré los ojos porque vi un capullo enorme delante de ellos. Sentí su olor y también los juguetones dedos de ella en mis muñecas.

-¿Qué estás haciendo? -le pregunté.

-Voy a atarte las muñecas. Será así más fácil para ti…

-¿Qué será más fácil?

No me respondió ni hacia falta.

-Junta los labios -me ordenó él.

Junté los labios y cerré los ojos. Noté el capullo sobre ellos y lo besé muy tímidamente.

-Ahora saca la lengua.

Estaba completamente loca pero la obedecí. Poco a poco, extendí la lengua todo lo que pude y entonces me restregó el capullo. No tuvo que ordenarme nada para que siguiera lamiéndolo. Abrí los ojos y vi su polla bien tiesa como un palo mientras yo se la lamía con adoración. Me sentí humillada y lo peor no eran las risas de ella ni que estuvieran haciendo conmigo lo que querían. Lo verdaderamente horrible es que le estaba comiendo la polla a un tío y me gustaba hacerlo. Me horrorizaba y también me excitaba, me excitaba muchísimo, tanto como me había excitado besarme con otra mujer.

-Ahora tienes que comérsela…

-Eso no…

-Claro que sí, hazla caso.

No puedo describir la sensación de estar al borde de llorar por la humillación y al mismo tiempo estar tremendamente excitada, porque sentía esa sensación en la entrepierna... Abrí los labios y me metió el capullo entre ellos. Cuando quise protestar, no podía hacerlo, no con la mitad de un enorme capullo dentro de mi boca. Él me acariciaba el pelo mientras iba tragando.

-Trágatela más… -me dijo él.

Pero creía que ya no podía tragar más. Hasta que ella me empujó la cabeza y me obligó a hacer un esfuerzo, porque quería que se la chupara bien a su marido. Ahora sí que tenía el capullo dentro de mi boca y ya no cabía más. Vi cómo me miraba con cara de placer.

-Chúpala.

Y yo chupaba y chupaba. Y lo peor de todo es que me gustaba. Con la mano me indicaba el ritmo al que tenía que subir y bajar la cabeza para meneársela.

Ella volvió con algo negro en la mano. Era un espejo y lo abrió delante de mí para que viera mi cara reflejada. Casi no pude creerlo cuando vi mi cara, con media polla dentro de mi boca, igual que ella antes. Era increíble: jamás habría imaginado mi cara con una polla enorme sobresaliendo de mis labios.

-Mmm… no puedo más. Quiero correrme.

Quise protestar y no pude, aunque ellos sabían que yo no quería tragarlo.

-Te gustará mucho -me dijeron, acariciándome la cabeza los dos.

Él me echó ahora la cabeza atrás y por fin salió la polla de mi boca. El colosal capullo estaba reluciente y rosado. Vi las venas hinchadas de su verga. ¿Cómo había podido tragármela? Pero si creía que me iban a dar una tregua…

-Ponte de pie.

Me puse de pie y ella me empujó hasta que quedé tendida sobre la cama y boca arriba. Su marido me acarició y se sonrió porque estaba toda húmeda.

-Te gusta, ¿eh?

Estaba muy impaciente. Se puso sobre mí y ahora tenía su polla sobre la cara. Con las manos todavía atadas yo sólo podía quedarme quieta y mirar con los ojos muy abiertos el capullo que se erguía sobre mi cara.

-Abre los labios. Quiero que te lo tragues todo.

-No…

-No digas tonterías y separa los labios.

Separé los labios y cerré los ojos. Me puso la polla casi tocando los labios, lista para eyacular. Ella le masajeaba los testículos para estimularle pero no tardó mucho porque estaba deseando correrse.

-Ya veras cuánto semen… Mi marido tiene unos buenos testículos.

Sí que parecían grandes mientras se los masajeaba. Salió el chorro en mi boca y nunca había visto tanto semen. Bueno, realmente no lo vi, pero cayó todo en mi boca y tuve que tragarlo. Parecía que se hubieran vaciado sus testículos en mi boca. El sabor era muy fuerte pero lo tragué todo sin protestar.

-Abre los ojos.

Los abrí, con el regusto del semen en la boca, y vi que empezaba a meneársela. Dios, parecía enorme mientras se la meneaba a pocos centímetros de mi cara, dando algún golpecito contra mi piel. Increíble, pero todavía le quedaba más semen a pesar de lo que me había hecho tragar…

-Cierra los ojos… ¡AAAH!

Obedecí, e hice bien porque se corrió por segunda vez, pero no en mi boca sino en mi cara y sin dejar de agitársela. Echó un chorro de semen igual de abundante, pero esta vez fue como si me regara la cara porque se la meneaba mientras se corría. Sentí el líquido tibio por toda la cara: en los párpados, en la boca, en las mejillas… Estaba humillada y no podía creerlo. De nuevo su mujer me acercó el espejo para que me viera. Tenía grumos de semen por toda la cara y no podía quitármelo porque mis manos estaban atadas. Él se reía y yo sólo podía intentar quitarme la leche con la lengua.

Él estaba exhausto y se dejó caer sobre la cama. Pero yo seguía excitada y, a pesar de la humillación, me dediqué a chuparle los huevos y la polla. Se los limpié. Sólo era su juguete.

En cuanto a ella, me limpió la cara recogiendo el semen con su lengua. Después noté su lengua entre mis piernas y no tuvo que esforzarse mucho para dejarme exhausta y satisfecha. A duras penas podía chupar sus dedos húmedos con mis propios líquidos…

Después se fue la excitación y yo dejé su casa sin poder creer lo que había hecho. Me prometí que no volvería a dirigirles la palabra. Pero no pude cumplir esa promesa absurda porque me había gustado demasiado.

***

Y volví a humillarme. Apenas había pasado una semana y no había resistido la tentación de volver, después de prometerme una y otra vez que no volvería. Ahí estaba, de nuevo sobre esa cama y con las manos atadas a la espalda, echada sobre el cuerpo de ella, que no dejaba de besarme. Él me sujetaba la cintura con fuerza con esas manos fuertes suyas, y aunque yo no podía verle, me imaginaba su magnífica polla bien derecha delante de mi culo.

-¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

-Sí.

Y él estaba encantado mientras su mujer me besaba y me abrazaba.

-Tranquila, no te dolerá -quiso tranquilizarme él, acariciándome la entrepierna con la punta de su capullo.

-No le mientas. Le dolerá como me dolió a mí. Pero luego te gustará… Te gustará tanto como cuando te lo tragaste todo y luego te echó más por la cara. No eres más que una puta, un juguete.

Como siempre, ella tenía razón, porque dolió. ¡Vaya que si dolió! Y a él no le importó mucho clavármela. Jadeaba de placer y yo gemía. Hundía la cabeza entre las sábanas y las mordía de dolor mientras ella me lamía el cuello. Pero luego llegó el placer, ese misterioso placer por el dolor, por la humillación, por sentir que no había límites. Echó todo su semen dentro de mi culo y yo no gemía porque mi lengua se enroscaba alrededor de la lengua de la furcia de su mujer.

Ya no podía caer más bajo, pensé en ese momento. Y me gustaba, me gustaba mucho…

solharis
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