sábado, 27 de marzo de 2010

Mi estreno en intercambios (1)

Primeras experiencias de intercambio para una pareja conservadora y tradicionalista.

Somos un matrimonio maduro, de esos chapados a la antigua que todavía se rigen bajo reglas y costumbres conservadoras, muchas de ellas exageradas e inapropiadas para los tiempos actuales. Mi nombre es Erick y tengo 52 años, en tanto que mi esposa, Miranda, tiene 45. Yo soy un individuo común y corriente, carente de atractivos físicos, en tanto que mi esposa es precisamente lo contrario. Con un rostro bellísimo adornado por unos ojos de un negro intenso, la piel de Miranda es inmaculadamente blanca y tersa, con un hermoso cabello negro que le cubre hasta los hombros y en el cual se entretejen apenas una que otra cana. Ella no es delgada, pero tampoco gorda; su porte es elegante y distinguido y en su estrecha cintura no se asoma ni la más mínima lonja; sus nalgas son dos semiesferas perfectas que juntas conforman un trasero descomunal y espectacular, en tanto que sus enormes pechos, duros e inhiestos, están coronados por deliciosos pezones rosados que no muestran el mínimo deterioro por el paso del tiempo.

Pero el complemento perfecto de Miranda lo constituye su carácter jovial y amable, con una plática fácil y agradable que cautiva a quien conversa con ella, sea hombre o mujer, y es precisamente este conjunto de cualidades lo que me ha hecho celarla exageradamente y lo que me ha propiciado enfrentamientos continuos con hombres que han querido seducirla. Pero el paso de los años y su cariño me han enseñado a ser tolerante en situaciones incómodas que ella ha sabido manejar a la perfección, lo que me ha permitido depositar en ella sin reservas mi total confianza.

Desde siempre, nuestras relaciones sexuales han sido ardientes y satisfactorias. Ambos tenemos un temperamento fogoso y extremadamente erótico que nos ha permitido disfrutar enormemente nuestras inquietudes sexuales. Sin embargo, recientemente estas inquietudes se han incrementado al involucrar a otras parejas de amigos que, después de muchos años de frecuentarnos, han empezado a gustar de comentar abiertamente en nuestras reuniones sobre sus gustos y experiencias sexuales. Estas pláticas han subido de tono cada vez más y más, al grado de que ya sin ninguna inhibición, varias de estas parejas nos platican en grupo sobre las posiciones que les gusta adoptar durante el coito, o sobre las sensaciones que experimentan al hacerse el amor oralmente, o sobre el sabor que tienen sus respectivas parejas al correrse el uno en la boca del otro, en fin, pláticas que por nuestras costumbres hemos aceptado con muchas reservas pero que al final nos dejan tremendamente excitados.

Dentro de estas parejas, destaca una en particular con la que nos hemos identificado plenamente y con la que mantenemos una amistad sin reservas; se llaman Ricardo e Ivonne y siempre han sido muy amables con nosotros, sobre todo en los momentos difíciles. Ricardo es un ingeniero de unos 48 años de edad, bien parecido, tiene más o menos el tamaño y la forma de un oso, un poco pasado de peso y es muy alegre y simpático, en tanto que Ivonne, su esposa, es también alta, se puede decir que guapa sin que sea una hermosura, muy blanca y un poco robusta, del tipo exacto de la mujer que a mí me pierde, que me encanta, con unos pechos gigantescos y unas piernas llenitas pero extraordinariamente bien formadas, siempre haciendo gala de que sus muslos y glúteos no presentan un solo indicio de celulitis gracias al ejercicio del cual es esclava.

Son una pareja de ideas muy liberales debido tal vez a que no tienen hijos. Todos vivimos en la Ciudad de México y con mucha frecuencia organizamos en su casa o en la nuestra reuniones para jugar baraja o simplemente para charlar y pasar un buen rato. Sus pláticas preferidas siempre han versado sobre temas, experiencias e inquietudes sexuales y chistes picantes, pero invariablemente la pasamos muy contentos.

Por su naturaleza desinhibida, Ivonne, a quien le decimos Ivy de cariño, siempre ha sido un poco exhibicionista. Su vestimenta habitual consiste regularmente en minifaldas y blusas que sean lo más sugestivas posible, y que le permita mostrar lo más que se pueda de sus pechos y muslos, siempre con la complacencia de su marido. Nosotros ya estamos habituados a su manera de ser y no nos sorprende ninguno de sus arranques exhibicionistas; al contrario, siempre se los celebramos y aplaudimos.

Hace dos semanas, durante una reunión en su casa, nos convencieron de asistir a un Club de la Amistad en el cual ellos tienen una membresía que les permite llevar a dos invitados, siempre y cuando sean pareja. No nos explicaron nunca de qué tipo se "club" se trataba, aunque ya me lo imaginaba por la malicia con que insistían.

Después de mucho discutir y por pena de haberme estado negando sistemáticamente en ocasiones anteriores, no tuve más remedio que aceptar, aunque a regañadientes debido a que no me gusta desvelarme, ya que en estos lugares los eventos comienzan entre las diez y once de la noche. En fin, planeamos el encuentro y quedamos de reunirnos el siguiente sábado a las once de la noche en el estacionamiento de dicho club, al cual deberíamos asistir de corbata los hombres y las mujeres con vestido de cóctel.

El sábado siguiente nos trasladamos a esa parte de la ciudad. Miranda llevaba un discreto vestido de cóctel rojo de amplio vuelo con adornos plateados, de cuello redondo y de un largo que le llegaba un poco más arriba de las rodillas. El vestido le dejaba los brazos al descubierto y se le ajustaba al cuerpo en el torso de manera que dejaba apreciar su bonita figura. Yo iba de traje oscuro tal y como me lo indicó Ricardo.

Llegamos al estacionamiento y cinco minutos después llegaron ellos. Ivy llevaba, como siempre, una minifalda cortísima color verde, tan corta que cuando caminaba dejaba ver la terminación de sus medias que, como siempre, usa hasta la mitad del muslo, dejando ver un buen pedazo de carne desnuda. Llevaba además una blusa de esas que dejan los hombros al desnudo, con un escote amplísimo que ponía al descubierto un poco más de la mitad de sus enormes pechos. Por supuesto no llevaba sujetador, por lo que en la tela de la blusa se marcaban unos pezones parados y duros, como si se advirtiera en ellos una excitación anticipada de lo que había por venir. Se veía despampanante y extraordinariamente sensual, satisfecha del impacto que había causado en nosotros su vestimenta. Su marido, contento con la situación, vestía como yo un traje oscuro y corbata gris claro.

Nos saludamos y juntos nos encaminamos al interior del club. Adentro, el ambiente era mucho más cálido que en el exterior, por lo que rápidamente las señoras se desprendieron de sus abrigos y los dejaron el guardarropa. El salón estaba sumido en una penumbra, a través de la cual era difícil distinguir los rasgos de las muchas personas que ahí se encontraban, pero poco a poco nuestros ojos se fueron adaptando a ella de manera que al poco rato, logramos distinguir con perfecta claridad los rostros de las personas pese a lo reducido de la visibilidad. Sin embargo, la penumbra hacía que el ambiente del salón fuera más cálido, más íntimo, menos expuesto a las miradas indiscretas.

El Capitán nos guió hasta una mesa situada a un lado de la pista de baile, junto a una columna que nos ocultaba un poco de las demás personas. La mesa era tan pequeña que sólo cabían unos cuantos vasos y botellas, en tanto que los asientos eran tan bajos que al sentarnos, nuestras rodillas quedaban prácticamente a la altura del pecho. Yo estaba feliz porque Ivy se sentó frente a mí, y al hacerlo, su minifalda se levantó tanto que dejó expuestas sus piernas casi hasta la cintura, permitiendo deleitarme con un panorama de sus muslos y sus pantaletas durante largo tiempo. Miranda no tuvo problemas; se sentó frente a Richard pero la amplitud de su vestido le cubría las piernas hasta las pantorrillas.



El mesero llegó y Richard ordenó dos botellas de tequila, la cual es una bebida mexicana para mí más fuerte que el sake. Ni Miranda ni yo estamos habituados a tomar bebidas alcohólicas, por lo que en las ocasiones en que no podemos evitar tomarlo, lo hacemos con mucha prudencia para no emborracharnos. Richard e Ivonne, por el contrario, están acostumbrados a ella y la beben con singular alegría, sin que les produzca un gran efecto.

Brindamos con una primera copa y empezamos a observar detenidamente a las personas que se encontraban en el lugar. A mí me sorprendió enormemente ver que algunas parejas que se encontraban en la pista estaban entregadas de lleno a un excitante cachondeo, sin que les importaran las miradas de la gente que los rodeaba. Una mujer tenía el vestido levantado hasta la cintura y su pareja, colocada atrás de ella, le acariciaba y apretaba los senos por encima de la ropa. La mujer pegaba su trasero al vientre de su pareja y éste se removía como si estuviera en pleno acto sexual. A nadie le importaba. Todo el mundo seguía en lo suyo sin fijarse en los demás. Yo les indiqué a mis acompañantes lo que estaba viendo con tanta curiosidad, y tanto Ivy como Richard se rieron con estruendosas carcajadas. Miranda estaba atónita, como yo.

Poco a poco nos fuimos familiarizando con escenas de este tipo, al grado de que por ser tantas, terminaron también por no importarnos. Seguimos tomando tequila y al cabo de un rato, nos empezamos a sentir muy alegres y eufóricos. Ivonne mostraba en forma desinhibida y despreocupada la totalidad de sus piernas, dejando ante mis ojos una visión perfecta de su tanga y su entrepierna. Ella sabía que la estaba viendo y de vez en cuando abría las rodillas y me miraba fijamente como retándome a seguirla observando.

Richard, por su parte, no daba muestras de sentirse incómodo con lo que hacía su esposa; es más, con su actitud lo aprobaba y se desternillaba de risa al darse cuenta de mi turbación. Miranda mostraba una expresión de aturdimiento, seguramente por los efectos del tequila que había consumido ya en exceso. Pero se le veía feliz; no paraba de reír por los chistes y comentarios de color subido de Ricardo.

Desde hacía un buen rato veíamos que algunas parejas se dirigían a un cubículo más privado que se encontraba a espaldas y a la izquierda de nosotros en el fondo del salón. No alcanzábamos a distinguir las caras, pero percibíamos perfectamente qué era lo que estaban haciendo en su interior. La primera vez que me percaté de lo que ocurría, observé a una mujer que se levantaba la falda y se inclinaba hacia delante para permitir que su compañero la penetrara por detrás mientras le masajeaba sus pechos desnudos. Ricardo se dio cuenta de lo que yo estaba observando con tanto interés y llamó la atención de nuestras esposas para que vieran el espectáculo.

Nos quedamos un largo rato observándolos y en ese lapso llegó al privado otra pareja; algo dijeron de los que estaban en pleno acto sexual y después ella se puso de rodillas y sacó el miembro de su pareja, para metérselo en la boca y propinarle una espectacular mamada. Todos estábamos absortos con las escenas; el ambiente estaba cargado de erotismo y sentíamos nuestro libido a su máximo nivel, saturado de lujuria.

Las escenas se repitieron en el privado una y otra vez hasta que se hicieron cotidianas; fue entonces cuando empezamos a enfocar los comentarios eróticos en nuestras personas, ya con mayor descaro y sin preocuparnos de la reacción de nuestra pareja.

Richard comentó que a él no le gustaba que le hicieran el amor oralmente estando parado, porque cuando se corría se le doblaban las piernas. Al respecto Ivonne nos explicó que cuando esto le ocurría, le apretaba los testículos para mantenerlo erguido.

Al reírse, Ivonne se inclinaba hacia adelante y lo hacía con tantas ganas que sus pechos temblorosos casi se salían de la blusa. Al ver esto, Richard le dijo que tuviera cuidado porque si se le salía un seno, podría golpearme en la cara con él y dejarme inconsciente. En medio de las risas, Miranda nos comentó que la posición que a ella más le gustaba era acostada boca abajo y con una gran almohada colocada bajo su vientre, porque de esa manera descansaba y lograba una mayor penetración al tener yo que estar hincado detrás de ella, pero que el problema se presentaba cuando me daban calambres en las piernas en el momento de estar eyaculando. En broma, Ricardo le comentó que cómo podía calificar de "mayor penetración" a los tres centímetros de largo que tenía mi miembro. Miranda le replicó que eso no era cierto, que si me conociera le asombraría el tamaño de mi miembro.

Yo escuchaba atónito los comentarios de mi esposa. ¡No podía creer que era ella la que se estaba expresando de esa manera tan vulgar, tan abierta!, pero lo curioso era que me sentía feliz con esa nueva personalidad desinhibida de Miranda. Poco a poco nos sumergimos más y más en el ambiente erótico de aquel salón, hasta quedar envueltos por una lujuria ardiente y desbocada. Yo me sentía caliente, lleno de vida, y me complacía enormemente la actitud lasciva de Ivonne, la desvergüenza de Miranda, la desfachatez de Ricardo y mi propia pasividad ante esos hechos. Fue por esos momentos que una pareja se puso a bailar cerca de nuestra mesa; cuando la mujer dio un giro al bailar, se le levantó la falda dejando al descubierto momentáneamente sus bonitas piernas. Sintiéndose aludida, Ivonne se levantó un poco tambaleante por la bebida y nos dijo :

- No se impresionen; si quieren ver algo realmente bueno, ¡vean esto!

Y se levantó la minifalda hasta la cintura dejando expuestas su tanga y sus preciosas piernas torneadas cubiertas por medias hasta la mitad de sus muslos; pero después se dio la vuelta dejando ante mí una espectacular vista de su trasero increíble, con dos semiesferas blanquísimas que destacaban en la penumbra del salón. Sus nalgas eran enormes, pero perfectamente bien formadas, se apreciaban firmes y duras, pero al mismo tiempo tersas y delicadas. El hilo dental de su tanga se perdía en las profundidades de la abertura entre los dos globos de carne. Al igual que Miranda, me quedé petrificado, observándola con la boca abierta; la visión era sencillamente exquisita. Fue Ricardo el que nos sacó de nuestro trance al propinarle una sonora nalgada a su esposa con la palma de su mano. Pero al sentarse, Ivonne levantó abruptamente el vestido de Miranda al mismo tiempo que le decía :

- Enséñales que tú también tienes lo tuyo.

Tomada por sorpresa Miranda bajó inmediatamente su vestido, pero no pudo impedir que durante unos instantes nos deleitáramos también con la vista de sus piernas, que aunque no eran tan llenitas como las de Ivonne, tampoco eran menos hermosas.

¿Por qué te cubres? –le reclamó Ivonne-, ¿acaso no somos como de la misma familia?

Nada de eso, -le respondió-, lo que pasa es que no estoy acostumbrada a exponerme así ante otras personas.

- Pero es que sólo estás ante nosotros, y tu marido no tiene ningún inconveniente en que nos muestres tu cuerpo, ¿o no es así Erick? –preguntó Ivonne volteando hacia mí-.

- Puedes hacer lo que quieras -le dije a Miranda-, siempre y cuando no te sientas incómoda y estés segura de lo que haces, para que no te arrepientas después.

- ¿Ya ves? –insistió Ivonne-, levántate un poco el vestido para hacer una comparación entre nuestras piernas, a ver quién las tiene más bonitas.

- Muy bien, -le respondió-, pero sólo un momento ¿OK?

Dicho esto, Miranda se levantó el vestido hasta la terminación de sus medias que también le llegaban a medio muslo, en tanto que Ivy juntaba las piernas de Miranda con una de las suyas para compararlas.

- ¿Cuáles te gustan más? -le preguntó Ivy a su marido-.

- Las de Miranda, sin duda alguna –le respondió-.

- ¿Y a ti Erick? -me preguntó Ivy-.

- Las dos son maravillosas -le dije-.

- Claro, -le dijo Ivy a Miranda-, pues es tu marido quien lo está diciendo. Pero ya verás tú, -dijo refiriéndose a su esposo-, llegando a la casa te haré una huelga de piernas cerradas.

Después de esto, Miranda quiso bajar su vestido pero Ivy se lo impidió, levantándoselo aún más hasta la cintura.

- Quédate así por favor -le dijo-, deja que nuestros maridos se sientan orgullosos del cuerpo de sus mujeres.

Miranda volteó a verme con los ojos agrandados, como buscando mi aprobación, y yo, con una mueca y levantando los hombros, le di a entender que no tenía importancia.

Y así se quedó Miranda, con el vestido levantado por arriba de sus muslos. Verla así, expuesta impúdicamente ante los ojos de Ricardo, se me hacía fantástico, increíble; sin duda era uno de los momentos más eróticos de mi vida. Jamás me había sentido tan excitado, tan lleno de energía, tan satisfecho hablando en términos sexuales. Estaba empapado; sentía que el líquido preseminal escapaba sin control de mi miembro, por lo que rápidamente deshice un paquete de pañuelos deshechables que traía en la bolsa del saco e hice una bola con todos ellos; me levanté dando la espalda a la mesa y en un instante coloqué los pañuelos sobre la punta de mi verga por debajo de la truza. Ninguno se dio cuenta de lo que hice y yo me sentía más cómodo al impedir que se mojaran mis pantalones.

A partir de ese momento Ricardo dejó de hablar, estaba como hipnotizado; no apartaba la vista de las piernas de mi esposa. Me quedé petrificado cuando vi que Miranda, aprovechando los momentos en que yo aparentaba no verla, se acariciaba la parte inferior de sus muslos y levantaba su vestido hasta el inicio de sus nalgas, abriendo momentáneamente las rodillas para que Ricardo se deleitara con una vista completa de su entrepierna. Y no era por descuido, porque cuando lo hacía le sonreía a Ricardo de una manera lasciva y provocadora, como nunca lo había hecho conmigo.

Yo me sentía transportado a un mundo de erotismo. Estaba como anestesiado, sin capacidad de razonar. No quería que nada de lo que estaba pasando cambiara. Me sentía eufórico, feliz del cambio de personalidad que había experimentado mi esposa. Así estuvimos un largo rato, mirándonos, disfrutándonos, excitándonos. Veía que Ricardo estrujaba fuertemente sus manos en un intento de controlar su terrible excitación, lo veía a punto de lanzarse sobre mi esposa. ¡Y me hubiera importado un carajo que lo hubiera hecho! Al contrario, deseaba con toda mi alma que se la cogiera ahí mismo, delante de mí, delante de todos, que le estrujara los pechos, que le metiera la verga, que la fornicara como quisiera, pero no encontraba la forma de inducirlo a que lo hiciera. La tensión continuó insoportable hasta que Ricardo invitó a Miranda a bailar en la pista. Ella se me quedó mirando buscando con sus ojos una vez más mi aprobación. Yo asentí lo más tranquilamente que pude con la cabeza, indicándole que no había problema en que aceptara. Al pararse, para que yo no lo viera Ricardo quiso tapar con su cuerpo su mano derecha que se deslizó sobre el muslo de Miranda, hasta perderse por abajo del vestido. Mi esposa se revolvió inquieta sobre su asiento al sentir el contacto de su mano, pero no hizo nada por evitarlo; al contrario, correspondió con una risita nerviosa a la caricia de mi amigo.

Cuando empezaron a bailar, noté que Ricardo jalaba el cuerpo de mi esposa hasta quedar completamente pegados, con el beneplácito de Miranda. Una de las manos de Ricardo se posaba insistentemente en las nalgas de mi esposa, acariciándolas descaradamente. Nerviosamente, Miranda le subía una y otra vez la mano a la cintura, volteando hacia mí para averiguar si yo me había dado cuenta. Yo simulaba no prestar atención a lo que estaba sucediendo entre ellos y aparentaba estar enfocado en la plática de Ivonne. Poco a poco se fueron alejando de nuestra mesa hacia el otro extremo del salón.

Yo estaba seguro de que Ivy se había dado perfecta cuenta de todo lo que estaba ocurriendo entre Miranda y Ricardo, y hacía lo posible por desviar mi atención hacia ella. Pero al ver que el tiempo pasaba y ellos no regresaban, para amortiguar mi inquietud Ivy me reclamó :

- ¿Acaso no piensas invitarme a bailar, o crees que no lo merezco?

Le tendí la mano y nos dirigimos a la pista de baile. De inmediato ella se pegó a mí pasando sus brazos por encima de mis hombros y presionando sus pechos contra el mío.

- Te noto muy excitado –me dijo-, ojalá que sea por mi causa.

- Claro que es por tu causa, -le aseguré-, o ¿crees que exista alguien que pueda resistirse al contacto de estos pechos?- le dije mirando descaradamente la unión de sus senos-. Y por cierto Ivy, ¿cómo le haces para que se mantengan siempre erectos y no se cuelguen?, ¿acaso no son naturales?

- Me estás ofendiendo mi amor, -me contestó-, todo en mí es completamente natural y lo mantengo así a base de ejercicios; ¿quieres comprobarlo?

- No me atrevo. –le dije-, estoy seguro que si llevo a cabo lo que estoy pensando me agarrarías a golpes.

- Pues me dan ganas de agarrarte a golpes por no aprovechar todo lo que te he estado ofreciendo durante toda la noche.

- Lo que pasa es que no has sido lo suficientemente clara en ofrecerme lo que tú dices.

Entonces Ivonne, sin el menor titubeo, bajó el escote de su blusa permitiendo que sus pechos afloraran magníficos a la superficie. Decidida me tomó ambas manos e hizo que cada una de ellas aprisionaran sus pechos. Su piel era maravillosa; la sentía suave, tersa y a la vez cálida; no pude resistir acercar mi rostro a ellos y besar sus pezones erectos, lamiendo con mi lengua la aureola que los rodeaba, pese a que una pareja nos miraba con la boca abierta sin quitarnos la vista de encima.

Ni a ella ni a mí nos importaba nada en esos momentos; sencillamente me dejé llevar por el momento de locura y disfrutar lo que Ivonne me ofrecía, en tanto que ella se limitaba a cerrar los ojos y a disfrutar las caricias.

- Ivy, -le dije-, tienes los pechos más maravillosos que jamás haya tocado.

- Y eso que no has probado lo demás, -me contestó-. Espera a que nos bañemos juntos para que veas lo que es bueno.

- ¿Y qué me vas a hacer en el baño?, –le pregunté mientras le subía el vestido por detrás y le agarraba las nalgas desnudas.

- Voy a darte la mamada más fabulosa que te hayan dado en toda tu vida, -me decía mientras me besaba en la boca metiéndome la lengua una y otra vez en forma desesperada-. Voy a hacer que me metas esta hermosa verga por todos los agujeros que tú quieras –y me apretaba con su mano el bulto de mi entrepierna.

- ¿Y qué piensa de todo esto Ricardo?

Ivonne dejó de bailar y se quedó pensativa, como meditando su respuesta.

- Erick, ¿yo te gusto?, –me preguntó con cara seria.

- Por supuesto Ivy, eres una mujer muy hermosa y lo sabes perfectamente.

- Hablando en serio, ¿estarías dispuesto a hacer el amor conmigo?, –me dijo con voz firme, sin titubear siquiera.

- Pues no lo sé,…. está Ricardo, … y Miranda … no sé qué contestarte.

Mira –me dijo-, déjame hablarte lo más claramente posible. Durante muchos meses, tal vez años, me he estado insinuando ante ti de todas las formas posibles, y no creo que eso te haya pasado desapercibido. Me gustas mucho y he querido darte a entender que quisiera tener una relación contigo, pero no he encontrado la manera de decírtelo. Tú sabes que Ricardo y yo somos muy liberales en el aspecto sexual; nos queremos muchísimo pero nunca hemos tenido inconveniente en expresarnos mutuamente nuestras preferencias y sobre todo nuestras inquietudes sexuales, y yo le he hablado de ti, de lo que quiero hacer contigo. Ricardo lo ve con buenos ojos e incluso me ha dado consejos para hacerte saber mis propósitos, pero nunca me han dado resultado. He llegado a pensar que, o no te gusto, o te estás haciendo pendejo y solamente me quieres humillar.

Por otro lado, Ricardo está loco por tu mujer, le fascina su forma de ser. Yo soy fogosa, ardiente, desinhibida, en cambio Miranda es dulce, elegante y muy sensual. Entre los dos hemos intentado convencerla de que acepte tener una relación con Ricardo, pero siempre nos ha mandado al carajo. Sin embargo, la última vez que nos reunimos me dijo, después de mucho insistir, que únicamente aceptaría si tú estabas de acuerdo con ello, y fue por eso que planeamos invitarlos a este lugar para que este ambiente te sensibilizara y así nos fuera menos difícil hacerte nuestra propuesta.

- Tendría que hablarlo con Miranda -le dije-, no tenía ni remota idea de qué era lo que estaba pasando ni tampoco tenía idea del porqué de la actitud impúdica de Miranda.

- Yo creo que es precisamente la actitud de esta noche de Miranda la que nos ha indicado que ella sí ha aceptado y que solamente falta que tú lo hagas.

- No te niego que me agrada tu propuesta y que me siento muy halagado y honrado que veas en mí a una persona de tus preferencias Ivy, pero lo que me propones es en extremo delicado y si no lo manejamos adecuadamente, puede dañar irremediablemente nuestros matrimonios y nuestra relación de amistad.

- Si te refieres a que podamos involucrarlos sentimentalmente, ni lo pienses. Como te he dicho, Ricardo y yo nos queremos muchísimo, e igual los queremos a ustedes. No permitiríamos nunca poner en peligro ninguno de los dos matrimonios.

- De cualquier modo, déjame hablarlo primero con mi mujer.

- Por supuesto amor, -me dijo al mismo tiempo que me abrazaba con todas sus fuerzas-; si aceptas no te arrepentirás. Yo pondré todo lo que está de mi parte por hacerte feliz –y me dio un delicado beso en la boca, deslizando suavemente su lengua por mis labios-. Voy a hacer que descubras nuevos placeres y nuevas emociones.

Así seguimos por largo rato, sobándonos, acariciándonos, deleitándonos con nuestros cuerpos. Sin darnos cuenta, poco a poco nos habíamos ido acercando al sitio donde se encontraban Miranda y Ricardo sin que ellos se percataran de nuestra cercanía. Estaban entregados a lo suyo sintiéndose ocultos de nuestras miradas por una columna. Cuando los vi, observé que Ricardo tenía una de sus manos apretando el trasero de mi esposa por encima de la ropa, con el dedo medio de su mano enterrado entre sus nalgas; su otra mano aprisionaba uno de los pechos de Marian, y con su dedo gordo le acariciaba la punta del pezón. Ambos estaban como en éxtasis; Miranda tenía los ojos cerrados y la cara Ricardo estaba hundida en el cuello de ella, besándola.

Cuando le toqué el hombro, Miranda abrió con sorpresa los ojos y al observarme se separó bruscamente de Ricardo. En ese momento me di cuenta de que la verga de Ricardo estaba fuera del pantalón, firmemente sujeta por la mano de Miranda. Al sentirse descubierta, inmediatamente lo soltó y se cubrió la cara con las manos llena de vergüenza. Yo fingí no haberme dado cuenta de lo que estaban haciendo y con tranquilidad le pedí a Ricardo que cambiáramos de pareja. El aceptó de inmediato y se retiró con su esposa.

Ante la mirada preocupada de Ivy, que la había dejado en medio de la pista y que se había percatado de lo que había pasado, pensando tal vez en que iba a armar un escándalo, empecé a bailar con Miranda que se había quedado sin habla.

- ¿Estás contenta? -le pregunté lo más tranquilamente que pude-, ¿la estás pasando bien?

- Sí, -me respondió tímidamente-. Discúlpame por lo que ha pasado, pero creo que tomé demasiado y me salí de control ¿Estás enojado?

- No te preocupes Miranda, no lo estoy –le dije-; aunque no lo creas, estoy muy contento y excitado con todo lo que ha ocurrido esta noche, pero estoy preocupado por las consecuencias. Creo que hemos ido demasiado lejos y hay cosas que debemos discutir detenidamente, antes de que se salgan de control.

- No te preocupes –me dijo-; Ricardo me ha asegurado que nada de lo que hagamos tendrá consecuencias en nuestras relaciones.

- Para que eso sea cierto, debemos asegurarnos de hacer bien las cosas, lentamente, una después de la otra. Por cierto, ¿qué le estabas haciendo a Ricardo cuando les interrumpí el baile?

- Perdóname por favor, -se disculpó-, pero es que Ricardo me pidió que le sacara el miembro del pantalón y lo ayudara a liberarse del dolor que tenía en los testículos. No quise faltarte al respeto pero estoy muy excitada y no sé ni lo que hago. El insistió mucho y yo no me aguanté.

- Qué desgraciado, ¿y lograste que se corriera? –le pregunté-.

- No, – me contestó-, estaba a punto de lograrlo cuando llegaste tú. El pobre se quedó a la mitad –me susurró sonriendo tímidamente-.

- ¿Te gustó lo que le estabas haciendo?

- Mucho. Ricardo es muy ardiente…. y muy convincente; me estaba diciendo cosas que me tenían completamente enardecida.

- ¿Qué te decía?

- Que mi olor era maravilloso, que me iba a hacer sentir con su lengua el orgasmo más maravilloso de mi vida, que se moría de ganas de meter su lengua en mi trasero, y mil cosas más que me pusieron tan caliente como nunca lo había estado.

- Pero, ¿cómo es posible que hayas cedido con tanta facilidad a las insinuaciones de Ricardo estando yo presente?

Lo que pasa es que desde hace mucho tiempo, Ivonne me había dicho que Ricardo estaba loco por hacerme el amor, y que ella también quería hacerlo contigo; incluso me pidió que los ayudara a convencerte de que lo hiciéramos juntos, pero yo me negué; le dije que ese era problema de ellos y que yo no participaría en su propósito.

Ricardo lleva meses tratando de convencerme de que acepte tener relaciones con él. Durante nuestras reuniones, siempre aprovecha los momentos en que tú no nos ves para tratar de besarme, o se coloca atrás de mí para hacerme sentir su excitación mientras me toquetea los pechos y la entrepierna. Yo siempre lo he rechazado, aunque debo confesarte que varias veces he estado a punto de ceder.

- Mira qué cabrón -le dije-, y yo pensando que era realmente mi amigo………

- No te equivoques mi amor, Ricardo te quiere muchísimo; incluso me ha dicho que si hubiera posibilidades de que esta relación afectara nuestra amistad, prefería no volver a intentarlo conmigo.

- Y tú, ¿estás dispuesta a continuar con este juego? –le pregunté.

- Me gustaría mucho, pero sólo llegaré hasta donde tú quieras que llegue.

- En realidad, ¿te gustaría tener sexo con él?

- Sí, pero solamente que tú estés presente cuando lo haga.

- ¿Qué quieres decir?

- Que solamente lo haría estando los cuatro juntos; no me gustaría quedarme a solas con Ricardo, …al menos las primeras veces. Tengo mucho miedo…. y también mucha vergüenza.

- Pero no tuviste vergüenza en aceptar tan rápidamente tener relaciones con él; hasta parece que esta noche lo tenían todo planeado.

- No mi amor, lo que pasa es que al percatarme de que tú estabas contento y que aceptabas lo que te ofrecía Ivonne, y al sentir que no tenías inconveniente en que me mostrara casi desnuda ante los ojos de Ricardo, asumí que lo único que me restaba era darle a entender que aceptaba lo que me había propuesto durante tanto tiempo, pero no sabía cómo hacerlo sin ser tan descarada. Fue por eso que empecé a insinuarme y a abrirle un poco mis piernas para que viera que estaba dispuesta a aceptarlo, pero también para que él tomara la iniciativa.

- ¿No te parece demasiado haberlo masturbado durante la primera vez que estás con él?

- Sí, pero él me pedía con mucha insistencia que fuéramos al privado. Yo no quise,….. tuve mucho miedo. Pero también estaba loca de deseo. Quería tocarlo, sentirlo, y es por eso que decidí masturbarlo solamente.

- ¿Y si ellos después quieren que nos sumemos a otras parejas con las mismas intenciones?

- No lo creo; Ivonne me ha dicho en muchas ocasiones que varias parejas de este club los han invitado a efectuar intercambios, pero ellos nunca se han atrevido. Me ha asegurado que únicamente quieren hacerlo con nosotros,

- ¿Quisieras repetir todo lo que hemos hecho esta noche?

- Quisiera eso y más, siempre y cuando tú estés de acuerdo.

- Estás haciendo que me ponga celoso de Ricardo, -le señalé-

- No mi amor, no tienes porqué estarlo. Te aseguro que nunca habrá nada ni nadie que me separe de ti. Si algo de lo que ha ocurrido no te gustó, prefiero cortar ahora mismo por lo sano antes de permitir que un conflicto se interponga entre nosotros, aunque ello implique no volver a ver a Ivonne y a Ricardo. Si acepté fue pensando en que tú también estabas contento y habías aceptado lo que te estaba ofreciendo Ivonne.

- Tienes razón –le dije-. Ivonne también es muy convincente con sus atributos corporales. A mí también me ha dejado con los testículos adoloridos.

- No te preocupes mi cielo, -me dijo melosamente-, yo te aliviaré ese dolor cuando tú quieras, pero no aquí porque me da mucha pena.

- Está bien, -le dije-, pero es conveniente que ya nos vayamos aprovechando que las cosas están todavía dentro de límites adecuados. Ya discutiremos con calma las decisiones que habremos de tomar al respecto.

Para despedirnos de Ivonne y Ricardo, nos encaminamos hacia donde ellos se encontraban aún bailando. Un poco cohibida, Ivonne me preguntó si habíamos estado contentos. Yo le respondí que sí, que habíamos estado encantados con la reunión, pero que teníamos que retirarnos porque ya era muy tarde.

Al despedirnos, Ivonne tomo mi cara entre sus manos y me estampó en la boca un largo y apasionado beso, con la complacencia de Miranda.

- La pasé muy bien contigo Erick, –me dijo-; ojalá lo volvamos a repetir.

No acerté en decirle nada; únicamente me limité a sonreírle. Cuando me despedí de Ricardo con un abrazo, éste me dijo :

- No desaprovechemos la oportunidad de vivir lo que nos queda de vida lo más placenteramente posible. Nosotros estuvimos felices con ustedes, pero los placeres que hoy vivimos los podemos repetir en muchas ocasiones. Piénsalo….. la vida que nos queda no es muy larga.

- Tendré en cuenta todo lo que me dices -le respondí-, pero debemos establecer con mucha prudencia los límites de nuestro comportamiento de aquí en adelante, para no arrepentirnos luego de lo que hagamos.

Cuando ya nos retirábamos, Ivonne me alcanzó nuevamente y sin importar que la oyera Miranda y Ricardo me señaló :

- No sé cómo le haces para mantenerte tan excitado tanto tiempo –me dijo tocando mi entrepierna-; estás a punto de reventar …..

Y se retiró riendo. No quise sacarla del error diciéndole que mi verga literalmente estaba amortajada con una gran bola de pañuelos deshechables que absorbían mis secreciones. Tampoco quise hacerle ver a Miranda las manchas blancuzcas que tenía su vestido a la altura del vientre, producidas por los fluidos corporales de Ricardo que se lo mancharon mientras lo estaba masturbando cuando bailaban tan estrechamente.

Nos habíamos alejado ya unos metros cuando Ricardo nos gritó :

- No se olviden que el próximo sábado nos toca reunirnos en mi casa.

Asentimos afirmativamente con la cabeza y nos encaminamos al estacionamiento.
Al retirarnos, en silencio meditaba sobre lo ridículo de mi situación. Ridículo porque en tan sólo una noche se fueron al pozo todas las convicciones morales que consideraba importantes para regir mi vida. Nunca me imaginé, ni remotamente, que fuera capaz de hacer lo que hice, ni que mi esposa pudiera ser mi cómplice en esos actos, pero menos me imaginé que me iba a gustar tanto hacerlo.

Este juego erótico me gusta, me gusta muchísimo y no quiero dejarlo. Nunca había disfrutado tanto en el aspecto sexual, sobre todo por haber vivido la experiencia de haber compartido a mi esposa con otro hombre. Mencionarlo ahora, con estas palabras, se me hace inimaginable. Cuando la vi practicando en esos juegos eróticos con Ricardo, la emoción y la excitación que me invadieron no tuvo límites. No puedo explicar con palabras lo que sentí en esos momentos, pero nada me complació más que haberlos vivido, y nada me complacería más que seguirlos viviendo.

Esperaría con ansiedad la llegada del próximo sábado ...

erickmassola

No hay comentarios:

Publicar un comentario